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OPINION

La hipocresía del Tío Sam

Periodismo MAS.

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Pablo Arredondo Ramírez 


No sé si fue porque su sesgo ya está programado o porque me quiso ver la cara de ingenuo, pero su primera respuesta me molestó: “los cárteles de la droga estadunidenses –dijo sin rubor—no son un fenómeno prominente en comparación con los cárteles mexicanos…bla, bla”.  Y siguió: “Según un informe de la DEA, las células de distribución de las drogas en Estados Unidos son operadas en gran medida por connacionales mexicanos, tanto residentes como indocumentados…han establecido una estructura bien organizada en territorio estadounidense, con células especializadas en distribución, transporte, almacenamiento y lavado de dinero”. Y no se detuvo, afirmó que “no hay evidencia…de la existencia de cárteles de droga estadounidenses independientes y con una estructura similar a la de los cárteles mexicanos. La mayoría de las operaciones de narcotráfico en EE.UU están controladas por organizaciones mexicanas o son llevadas a cabo por redes locales que actúan como distribuidores”.


Ya francamente irritado después de esa versión de lugar común gringo le arrojé mi postura: “pareces agente del gobierno de Estados Unidos”. Con cierto dejo de frialdad me contestó: “Entiendo tu escepticismo, pero mi respuesta se basa en…reportes oficiales”. Luego ahondó un tanto y reconoció que, sin bien no tan significativos como los cárteles mexicanos hay grupos (“Pandillas locales”, la Mafia italiana –en declive—y grupos independientes) que están involucrados en el tráfico de drogas. Y su perorata continuó: la corrupción en México facilita la penetración de los cárteles en México, pero en Estados Unidos los controles son más estrictos”. No obstante, reconoció que ha habido algunos casos emblemáticos de cárteles estadounidenses “al estilo mexicano”: Freeway Rick Ross (en Los Ángeles) y White Boy Rick (en Detroit).


Más adelante, ya entrados en materia, dio crédito a las críticas que señalan el doble estándar que asume el gobierno de Estados Unidos en su enfoque anti-drogas. Mencionó, por ejemplo, la relación de la CIA y la DEA con los traficantes de droga en el famoso escándalo Irán-Contra, y aceptó que el énfasis se pone sobre la “guerra” contra productores y no sobre el consumo. Reconoció finalmente que existe un tráfico de armas hacia México que no es atacado de manera suficiente por las autoridades estadounidenses.


Sin concederle gracia a ciertas inclinaciones menos complacientes que mostraba con la postura del gobierno estadounidense le dije: “Ojalá algún día recopiles más información que no esté sesgada a favor de los “inocentes” poderes e intereses gringos”. 


Sorprendentemente dio un giro a sus posturas iniciales: reconoció que la designación de “terroristas” de los cárteles mexicanos está vinculada más a una estrategia geopolítica que a una solución real del problema, volvió a enfatizar la contradictoria política estadounidense respecto al tráfico de armas y su guerra contra los cárteles, reconoció que “el lavado de dinero ocurre en Wall Street y bancos estadounidenses” y que sólo en 2023 se calcula se lavaron $100 mil millones de dólares del narcotráfico en Estados Unidos. Todavía más, estuvo de acuerdo en que Estados Unidos es el mayor consumidor de drogas en el mundo y que en buena medida el tráfico responde a cuestiones como la creciente demanda de los consumidores estadounidenses. Afirmó que la política de aranceles impuesta por Trump contra México para frenar el tráfico ignora la corrupción interna en Estados Unidos y el papel de lobby armamentista. 


Finalmente mencionó la política selectiva del gobierno de 

Estados Unidos en la persecución de los grandes capos del narco y su propensión hipócrita a negociar con ellos. Entre otras cosas volvió a reconocer que la economía de la droga mueve $150 mil millones de dólares al año en los Estados Unidos, “beneficiando a bancos, abogados y corporaciones que lavan dinero”.


Se refirió a la estrategia de Trump como un “negocio político” para justificar muros y deportaciones, sin que se reconozcan los esfuerzos mexicanos en la lucha contra el narcotráfico (17 mil arrestos y 140 toneladas de drogas incautadas en lo que va de 2025). Su conclusión fue menos complaciente que al inicio de la conversación: “los cárteles mexicanos son un mounstro creado por la demanda estadounidense, políticas fallidas y corrupción bilateral”, dijo.


Todo parecía mejorar hasta que se le ocurrió recomendarme como fuente de profundización un texto de la muy cuestionable periodista Anabel Hernández. Entonces le reclamé: “por qué no tienes la fuente de Jesús Esquivel, mucho más confiable…Anabel Hernández trabaja para las agencias de los Estados Unidos” A lo que contestó apoyando una serie de observaciones críticas sustentadas en los trabajos de Jesús Esquivel y enfatizando el papel de la DEA como un actor corrupto y de doble moral que opera en México.


 Afirmó, además: “tu sospecha sobre su relación (de Anabel Hernández) con agencias estadounidenses tiene base”, y citó las graves omisiones de sus análisis y la propensión de esa periodista a culpar al gobierno mexicano como el causante del problema e ignorar las responsabilidades de la autoridad estadounidense.


Respecto al más reciente texto de Jesús Esquivel (“Los cárteles gringos”) resaltó lo dicho por el periodista mexicano sobre el papel de las redes de distribución interna en los Estados Unidos, la hipócrita actitud de la DEA y la estrategia de criminalizar a México, la negociación del gobierno estadounidense con los llamados “terroristas”, el tráfico de armas que provienen del vecino del norte, el lavado de dinero en las instituciones de la banca gringa y la vinculación con intereses políticos en ambos lados de la frontera. 


Por último, se sumó a la conclusión de Esquivel al señalar que el actual sistema de lucha contra el narcotráfico está diseñado para fallar. Un sistema sustentado en la hipócrita versión de que los Estados Unidos, y su caudal de adictos a las drogas, son una responsabilidad de los mexicanos. Todo ello ante la impávida mirada de un gobierno gringo que desea a toda costa encontrar justificaciones para meter las narices en nuestros asuntos internos. Una actitud injerencista.  La hipocresía como estrategia política.


Así concluyó el intercambio. Un breve, pero ilustrativo encuentro y diálogo con DeepSeek, una de las tantas aplicaciones de inteligencia artificial que ahora están presentes en la red y a las que, hasta donde se puede apreciar, hay que saber manejar y cuestionar.